La noche del 11 de octubre de 1962 el papa Juan XXIII hizo algo tan natural que asombra el que haya resultado tan revolucionario en su momento: Se asomó por una ventana del Palacio Apostólico del Vaticano y le habló a miles de fieles, pero no en el lenguaje arcano y leyendo textos preparados, como los pontífices del pasado, sino en el idioma de un padre y pastor que atiende a su rebaño
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