Desde tiempos ancestrales, el trabajo se ha considerado una condición deplorable, una suerte de condena presente lo mismo en la influyente tradición judeocristiana (“te ganarás el pan con el sudor de tu frente”), como en otras en las que se habla de una edad dorada cuya característica principal es, justamente, que la satisfacción de necesidades se cumple con el esfuerzo mínimo: inclinándose a beber en un río de leche, tomando los frutos de árboles imperecederos, etc.
Y si bien, entre trabajar y no trabajar (al menos en el sentido capitalista de la actividad: el de trabajar para producir riqueza, para convertir el entorno en plusvalía), probablemente sea preferible
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